Dedicado especialmente a Mònica M.
Hola. Soy Javier y soy un Hiposfitter. Para los que no conozcáis dicha disciplina es una combinación de Hipopresivos, introducción al Pilates y reeducación postural. Hace varios cursos que comencé dicha disciplina en un centro de fisioterapia y me apetece compartir con vosotros mi experiencia… ¡Allá vamos!
Antes de todo quisiera especificar que mi condición física no es la más idónea y que hay dos conceptos (flexibilidad y agilidad) que no están en mi diccionario corporal. Yo lo intento, pero dichos conceptos no los encuentro en los músculos y en las articulaciones de mi presunto cuerpo masculino.
Debido a mis problemas de espalda me recomendaron hacer ejercicio y/o sesiones de fisioterapia y entonces apareció Hiposfit. Antes de explicar lo divertido, quisiera decir que gracias a dichas sesiones he podido dejar de tomar el antiinflamatorio diario que estuve tomando durante años.
Pues bien, vamos a comenzar. Empiezo el curso de Hiposfit y me explican que todo son movimientos, estiramientos y que como mucho se utilizan elementos como cintas elásticas, pelotas de yoga, “churros” de piscina, pelotas de tenis, etc.; es decir, nada “sospechoso” de causar agujetas en el cuerpo. Pues bien, quiero decir que utilizando dichos elementos “inofensivos” y sin salir de ese espacio reducido que es una colchoneta de yoga, salí los primeros días con agujetas. ¡Ojo! Con agujetas saliendo por la puerta de la sala donde hacíamos las sesiones, no era necesario esperar al día siguiente para que mi cuerpo me dijera que estaba moviendo músculos y/o grupos musculares que desconocía que tuviera el cuerpo humano y, mucho menos, mi cuerpo serrano.
Ahora que lo pienso… más que tener agujetas, todo yo era una agujeta. Me dolía el zancajo, el occipucio, el cuadril, la corva y cualquier otra parte del cuerpo que os podáis imaginar…
Para que tengáis una idea más visual de un servidor saliendo de la sala de tortura (perdón, de ejercicios): parecía Chiquito de la Calzada. Primero decía “No puedorrr. No puedorrr”. Seguidamente caminaba hacia adelante y hacia atrás de manera arrítmica. Levantaba una pierna, la dejaba en el aire y no sabía si podría dar el siguiente paso o hacer un molinillo para coger impulso con el consecuente sufrimiento de la rótula. También me ponía la mano en la cintura como hacía él (aunque yo intentando averiguar si es posible tener agujetas en los michelines). Y después de pensar que no volvería a la siguiente sesión me decía: “Cobarde, pecadorrr”. En fin, lo que se dice ser un “fistro” o “pecador de la pradera”, lo que prefiráis.
Perdón por introducir una pequeña anécdota: la única vez que he pedido hacerme una foto con alguien fue con Chiquito cuando me lo encontré en un restaurante de Málaga. Pocas veces he sido tan feliz. Chiquito, te echamos de menos porque eras muy Grande. Perdón por el paréntesis. Sigo.
Hay muchos momentos que paso a narrar para que os podáis hacer una idea de mis peripecias como hiposfitter.
Momento “Buda”: sobre todo cuando tengo que sentarme en la colchoneta con las piernas cruzadas y mirar al espejo. Entre mi poco volumen capilar en la cocorota y la barriga prominente (aunque prefiero llamar capa protectora de los abdominales), parezco el Buda.
Momento “Bulto sospechoso”: es cuando intento hacer un ejercicio o estiramiento determinado pero no me acaba de salir bien y el resultado es una postura o un escorzo más bien extraño y poco natural. Muchas veces ocurre cuando la barriga hace tope con otra parte de mi cuerpo o alguna extremidad que intenta sobrevivir a la presión sufrida.
Momento “No cojo el ritmo”: es cuando todos mis compañeros y compañeras de clase van al mismo ritmo y/o moviendo las mismas extremidades que la monitora y yo, como alma libre que soy (o que creo que soy), voy a otro ritmo, moviendo un brazo o pierna que no es la correcta, etc. Siempre que ocurre esto, pienso qué poco aprendí de ritmo, armonía y regularidad en la mili y en las clases de bailes de salón. Es lo que tiene ser un rebelde de la cadencia…
Momento “Col lombarda”: es más o menos el color de mi careto después de hacer alguna serie de ejercicios continuada y con cierto esfuerzo físico. Es algo un poco raro porque tengo un fondo físico impresionante e inimaginable… Nunca mejor dicho lo de fondo. Debe de ser que está tan al fondo, que no llego nunca a él.
Momento “A partir de la repetición número 15 es cuando hacemos ejercicio de verdad”: es cuando yo me pregunto por qué no empezamos a contar a partir de la repetición número 15, que es cuando hacemos ejercicio de verdad. Otra alternativa para llegar antes a dicha repetición 15 (o al número que quisieras) sería contar utilizando los números primos: 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, etc.
Momento “¿Dónde estoy?”: es cuando me quedo absorto en mis pensamientos (me sabe mal decirlo, pero tengo un mundo interior muy interesante y a veces me refugio en él) y me quedo como extasiado, en Babia. En fin, que me quedo “empanado” e igual sigo haciendo el ejercicio anterior porque no he cambiado al nuevo ejercicio o no he cambiado el brazo o la pierna que ahora tocaba. Gran frase lo de cambiar de brazo o de pierna. A veces, necesito literalmente eso, cambiar la extremidad, porque la original suele estar ya un poco desgastada y cansada.
Momento “Estoy viendo la luz”: es cuando hago ejercicios y veo la luz. Afortunadamente todavía no he visto el túnel (ni tan sólo un puente) y la luz realmente es la del foco de la sala de ejercicios que me da en el sufrido rostro, pero ¡joder! a veces mis neuronas están distraídas y me pego un susto porque me da la impresión de que la Parca me está esperando para llevarme a otra dimensión, sea desconocida o no.
Momento “¿Necesitas algo?”: es cuando la monitora pregunta educadamente eso y yo sólo alcanzo a decir: “Aire. Necesito aire…” A veces enlazo este momento con el
Momento “Col lombarda” que he explicado antes.
Finalmente he llegado (casi vivo) al final de la sesión. Recojo las cosas e intento encontrar (a veces con la ayuda de los compañeros) la dignidad y la autoestima perdidas durante los 45 minutos previos de clase.
Cuando salgo ya de la sala me acuerdo de lo que dice Leo Harlem y que yo creo que también sufro: el síndrome del azulejo. Es más fácil partirme que doblarme…
Hasta la próxima
Hiposfit-aventura…